EL PAIS DE LOS BENUSINOS

EL PAIS DE LOS BENUSINOS

 

EL PAÍS DE LOS BENUSINOS

La historia que les voy a contar, les advierto, es una historia que no es muy agradable. Fluctúa entre el drama y el terror. Esta es una historia que versa sobre una maldición. Para los corazones sensibles, quizás este sea el punto donde deban abandona la lectura.

Pues bien, la decisión ha sido suya.

La maldición de la que les hablaré es tan poderosa y destructiva que sería capaz incluso de destruir la raza humana por completo. Perdonen que me deje llevar por el miedo y permítanme que me explique…

Una vez hubo un lugar maravilloso y encantador. Posiblemente fue el lugar más maravilloso que ha existido jamás. El nombre de este lugar no era otro que El País de los Benusinos.

Las gentes que habitaban en tan precioso lugar eran muy amables y simpáticas. Los venusinos eran bajitos, regordetes y de brazos cortitos, vivían en armonía con la Naturaleza y compartían su vida con un gran número de bonitos animales y una vegetación exuberante, lo cual lo hacía más hermoso si todavía era posible.

Todos vivían como una gran familia donde niños, jóvenes y mayores pasaban el día con una enorme sonrisa en sus caras. Nadie se quejaba nunca de la dureza del trabajo, sino todo lo contrario. Reinaba el buen humor. Los juegos y las fiestas al aire libre eran el pan de cada día y la paz y el compañerismo constituía una tónica, una manera de vivir que practicaba todo el país.

 

El secreto de este país residía en unos maravillosos dulces que su hada madrina cocinaba cada día con esmero. El  nombre de esta hada era Felicidad. Felicidad era considerada, por aquellos tiempos, la reina de las hadas madrinas, no porque ella así lo quisiera, no, sino porque todas las hadas buenas así lo consideraban. Su hermana Amor, era la segunda más poderosa y estaba en todo momento muy unida a su hermana. Sus primas Bondad, Generosidad, Alegría y Gratitud juraron ponerse siempre a su disposición de usa da reina si así lo requería. Otras hadas como La Belleza y La Inteligencia eran más independientes pero solían ayudar a Felicidad  encantadas por su dulzura y bondad.

 

Pues bien, la magia que encantaba al País de los Benusinos, residía en unos dulces que Felicidad fabricaba para sus habitantes. Se conocían como “los dulces benusinos”. Estos dulces eran unas pequeñas bolas de algodón de azúcar que todos los habitantes tenían a su disposición, sin límite alguno,  porque la felicidad cada día los dejaba en las despensas de sus cocinas,  pero no eran unos dulces normales ya que en ellos residía el encantamiento del País de los Benusinos. Cada uno de estos dulces tenía una magia muy poderosa que Felicidad con la ayuda de Amor había depositado en ellos.

 

Su magia y su poder residían en su increíble dulzura, cada vez que una persona comía uno de estos sabrosos dulces sentía una dulzura y un amor tan profundo que le inundaba el corazón. Su creadora, tan orgullosa de su magia, decidió bautizarla con su propio nombre y así a esta dulzura que era capaz de inundar el corazón y el alma de las personas comenzó a llamarse “la felicidad”.

 

Pero para que la magia de los dulces benusinos tuviera efecto, la reina de las hadas había establecido una serie de condiciones necesarias:

PRIMERA: el poder de su magia solo haría efecto sobre las personas que recibieran un dulce benusino como regalo de otra, por lo tanto los dulces que así no tenían dicha procedencia, no poseían magia alguna.

SEGUNDA: la magia de los dulces no era eterna, al cabo de un tiempo en la despensa la magia que proporcionaban desaparecía.

TERCERA: los dulces serían repuestos por el hada madrina en las despensas de las casas con  tanta frecuencia como fueran utilizados.

 

Muchos años de felicidad conoció este singular país. Sus gentes eran todos bondadosos y amigables, las risas, los juegos y las algarabías eran constantes. Continuamente sus habitantes se regalaban con generosidad gran cantidad de dulces unos a otros y su hada madrina reponía sin descanso los dulces en todas las casas. Pues si, hubo un tiempo en que sin duda fue el lugar más maravilloso del mundo. Hasta cierto día donde las cosas empezarían a torcerse.

Todo empezó cuando la noticia de la existencia de este lugar llegó a oídos de la reina del País Oscuro, la horrible Maldad. Maldad sufrió un ataque de ira como nunca había tenido. Y les garantizo que los tenía a menudo. Se juró a si misma que nunca permitiría la existencia de un país así dentro del mundo donde ella vivía.

Presa del pánico y la desesperación mandó llamar al que era su mejor consejero y aliado, su mano derecha, un ogro al que todos conocían como Odio. Era un ser retorcido que solía ser muy sabio cuando realmente le interesaba. Después de escuchar la historia que Maldad conocía sobre el País de los Benusinos, El Odio, con una sonrisa helada dijo:

– Mi ama Maldad, no te preocupes, déjalo todo de mi mano. Tengo exactamente lo que necesitamos para destruir la magia de su hada madrina y por lo tanto el modo de vida de ese país maldito. Simplemente necesito a uno de mis esbirros para que haga su labor. Mandaré a ese país a uno de mis duendes más retorcidos y a la vez más poderosos.

-Me sorprende Odio ¿puedes decirme el nombre de ese duende que según me cuentas es tan poderoso?- preguntó Maldad con curiosidad.

-Si mi reina, su nombre es el Egoísmo.

 

Al País de los Benusinos, llegaban constantemente viajeros que buscaban esa magia llamada felicidad. La población crecía en personas deseosas de vivir de aquella manera.

Cierto día apareció un joven que cargaba un saco en su hombro. Era un joven muy hermoso, con una mirada muy penetrante y una gran sonrisa de oreja a oreja. Pero aunque su aspecto parecía encantador había algo tenebroso en él: aunque siempre tenía una gran sonrisa en su cara nunca dejaba que se le vieran los dientes. Alguna persona aseguraba habérselos visto en un momento de descuido, todos coincidían en que sus dientes estaban podridos y que bajo esa fachada tan hermosa, desprendía un aliento putrefacto.

Un día estaba sentado en la orilla de un arroyo con su gran sonrisa cuando un grupo de niños que jugaban cerca de él se le acercaron. Sentían curiosidad por el saco que siempre acompañaba al viajero así que uno de ellos le preguntó.

-Señor ¿podría decirnos que es lo que lleva en el saco?

-Claro que si queridos niños-contestó sin dejar que se le vieran los dientes- lo que llevo dentro son sacos mas pequeños.

-¿Y por qué lleva un saco lleno de sacos? Le preguntó otro niño.

-Por una razón muy sencilla. Todos los sacos que llevo tienen dentro algo muy especial. Dentro de cada saco se encuentran los caramelos mas maravillosos que nunca habéis probado.

-¿Y por qué son  tan especiales?

-Porque son mágicos.

-¿Son mágicos como los dulces benusinos?

-Efectivamente- contestó con la mayor de sus sonrisas- pero tienen una gran diferencia que los hace todavía mejores.

-¡Cual, cual!- gritaban los niños casi a la vez.

-Bien niños, os lo diré, la gran diferencia es que para que la magia de estos caramelos funcione no es necesario que nadie te los regale sino todo lo contrario, los caramelos de cada cual son los que poseen la magia. El que posee el saco de donde procede el caramelo es el que siente la magia. Esta consiste en un inmediato sentimiento de agradable bienestar que dura unos instantes. Si se comparten su magia desaparecerá. ¿Queréis probarlos?

-¡Sí!¡si!¡si! gritaban todos los niños.

-Pues entonces os daré un saco de caramelos a cada uno, a cambio le diréis a todo el mundo donde pueden conseguir uno.

Los niños salieron de aquel encuentro felices y contentos, dispuestos a decirle a todos sus amigos la suerte que habían tenido, mientras el joven del saco les observaba. Cuando se quedó solo su eterna sonrisa se transformó en carcajada, en ese momento ya no escondía sus dientes. Todos estaban negros y podridos. Mientras pensaba para si que pronto acabaría la misión que le habían encomendado. En otros lugares era más conocido por Egoísmo. Una época terrible se avecinaba sobre el País de los Benusinos.

 

El malicioso duende repartió durante semanas sus sacos por todo el país. De forma muy cuidadosa fue distribuyendo los sacos de tal manera que la semilla del mal acabaría floreciendo.

Lo que el duende pretendía  era que nadie en el País de los Benusinos se sintiera igual que los demás; para ello sembró la semilla de la diferencia utilizando los sacos. Los repartió de forma desigual: a hermanos repartió sacos llenos a rebosar y sacos casi vacíos, a unos vecinos les proporcionó sacos con caramelos en abundancia y a otros con una cantidad escasa.

Así lo hizo por todo el País de los Benusinos, pero cuando estaba a punto de completarlo le sucedió algo muy extraño al malicioso Egoísmo. Cuando se acercaba a la última y más apartada región que le quedaba por visitar le invadió una sensación de malestar. Aquí se encontraba una aldea especial. Cuanto más se acercaba, más débil y enfermo se sentía hasta el punto que a pocos metros de la entrada de la aldea le fue imposible seguir y decidió descansar al borde del camino.

Al cabo de un rato vio como un carro se acercaba hacia él y como había perdido casi todas sus fuerzas, decidió que era el momento de actuar. El carro estaba guiado por un vecino de la aldea que se encargaba de recoger leña para que todos los hogares estuvieran calientes.

-Hola extranjero, tiene mala cara, ¿se encuentra usted bien?- Dijo el conductor del carro cuando llegó a donde Egoísmo se había parado a descansar.

-Pues no me encuentro demasiado bien, llevo muchos días viajando.- contestó el duende con la mejor de sus sonrisas.

-¿Qué le parece si le llevo en el carro y descansa en nuestra aldea hasta sentirse mejor?

-¡No, no, no! Muchas gracias, pero debo acabar mi viaje cuanto antes pues me están esperando. –Dijo el Egoísmo asustado con la idea de acercarse más a aquella aldea.

-Entonces ¿puedo ayudarle en alguna cosa?- Le ofreció el bonachón vecino con la mejor intención. El interesado Egoísmo, ante la buena voluntad del paisano, no dudó ni un momento en utilizarle para sus malignos planes.

-Pues ahora que lo dice ¿podría hacerme un gran favor?

-Dígame en que puedo ayudarle y lo haré gustosamente.

-Vengo de un país lejano –dijo el Egoísmo- me han enviado para traerle regalos a los habitantes de su país como muestra de amistad. Solo me faltan los habitantes de su aldea y en este saco que traigo conmigo están los regalos.

-Es un detalle precioso por parte de su país. No se preocupe por nada, ponga el saco en el carro y yo mismo me encargaré de repartirlos a todos mis vecinos.

-Antes debo explicarle como se utilizan los regalos porque son mágicos.

-Pues adelante soy todo oídos.

Así es como el Egoísmo completó su faena. Cuando vio el carro alejándose en dirección a la última aldea su sonrisa se transformó en carcajadas. Sus dientes estaban más podridos que nunca y su aliento jamás había sido tan fétido.

Malos, muy malos tiempos se avecinaban sobre el país de los Benusinos.

 

A medida que los días pasaban, la vida de los habitantes empezó a cambiar. Todos tenían sus sacos de caramelos mágicos, pero mientras unos tenían caramelos en abundancia, otros agotaban cada día sus existencias con gran rapidez.

A los que les pasaba esto comenzaron a recurrir a sus amigos y vecinos para que les prestaran sus rebosantes sacos de caramelos. Pero sucedió algo que hasta ahora había sido desconocido dentro de la frontera del país: los más agraciados por la suerte en el reparto de los sacos de caramelos empezaron a sentirse molestos con las continuas peticiones de los menos afortunados. Esto provocó que los más afortunados comenzaran a sentirse diferentes con respeto a los que menos caramelos tenían en sus sacos.

Los más afortunados en el reparto quisieron conservar este privilegio y los otros vecinos empezaron a recibir un “no” como respuesta cada vez que pedían los sacos de los más afortunados. Fue así como algunos vecinos tomaron la decisión de proteger sus casas de la presencia de vecinos molestos. Algunos rodearon sus casas con vallas y cercos que impedían el paso. Fue así como en el maravilloso País de los Benusinos nacieron cerraduras en las puertas. Nunca habían sido necesarias.

Los hermanos se escondían sus sacos para no tener que compartirlos, los niños ya no jugaban todos juntos, los que disponían de más caramelos se situaban en un lado y los de disponían de menos se juntaban en otro lado, sintiéndose rechazados.

Las fiestas que hasta ahora habían sido comunes se transformaron en fiestas por diferentes clases. La clase dependía de la cantidad de caramelos que dispusieran los participantes.

El trabajo dejó de ser algo divertido y común, ya nadie quería hacer más que los demás.

Fue así como en el País de los Benusinos se formó la idea entre sus gentes de que ya no eran todos iguales: los más afortunados sentían que eran mejores por el propio hecho de ser afortunados y los más desafortunados se sentían desgraciados ya que necesitaban algo que no tenían…En este maravilloso país ya no existía la igualdad. Por un tiempo dejó de ser maravilloso. La perfecta forma de vida del País de los Benusinos había desaparecido para siempre.

 

Mientras, en el País Oscuro, su reina Maldad y su fiel siervo y aliado Odio se preparaban para la llegada del maligno Egoísmo con las noticias sobre su misión.

Maldad convocó en la sala presidencial de su palacio a todos sus lacayos más fieles; entre ellos se encontraban Rencor, La Rabia, La bruja Violencia, y su madre La Venganza, la horrible Mentira, La Envidia, Orgullo y como no El Miedo.

Cuando Egoísmo entró en palacio, fue llevado ante la presencia de su reina para relatar lo sucedido. Fue así como les contó a todos que la misión había sido un éxito.

Lo primero que contó fue como había plantado la semilla del mal regándola con el abono de la diferencia y como la había alimentado para que fuera creciendo por si misma. Después contó cómo había introducido el virus de la infelicidad entre los que hasta ahora habían sido compañeros y amigos para que entonces se sintieran diferentes, mejores o peores, más afortunados o menos afortunados. Lo que en definitiva provocó fue que todos se sintieran más o menos importantes según la cantidad de caramelos que tuvieran.

En el salón de la reina estalló una gran algarabía de júbilo ante las fatales noticias. Las risas y los aplausos rompieron el silencio que presidía la sala, mientras el duende relataba los acontecimientos. Pero algo inesperado sucedió en aquella sala, uno de sus miembros se levantó, recorrió el pasillo que separaba a los presentes hasta la salida y salió de la sala dando un portazo. El silencio volvió a presidir la sala hasta que la reina preguntó:

            –  ¿Quién demonios ha osado abandonar de ese modo la sala en un momento tan especial?

            – Ha sido Orgullo, se ha sentido mal ante lo que se ha contado.- Contestó una voz al fondo de la sala.

            – ¿Qué se ha sentido mal? ¡¡Qué se ha sentido mal!! ¡¡ no lo entiendo!!. Ya que sabes tanto ¿Por qué no me lo explicas tu Envidia?- Tronó Maldad indignada por lo que estaba sucediendo.

            – Claro que no puedes entenderlo, la frialdad de tu alma te ha impedido ver lo horrible de todo esto. El Orgullo no es un santo, pero ha podido comprender que aunque no sea a veces bueno, no le hace feliz destrozar lo que es diferente, no tenemos derecho a obligar a todos a que vivan como nosotros. Tú nunca lo entenderás, porque tu alma es fría y está vacía, pero yo estoy de acuerdo con él y voy a seguir su mismo camino.

 

Desde ese momento empezó a decirse de la Envidia que tiene una parte sana.

 

Mientras tanto en el País de los Benusinos las cosas iban empeorando: antiguos amigos ya no se dirigían la palabra, las risas que presidían sus reuniones se transformaron en gritos, reproches y llantos; los vecinos hablaban mal los unos de los otros y hasta habían comenzado a pelearse y separarse dentro de las parejas.

Felicidad no comprendía nada, entonces decidió reunir a todas sus siervas para intentar descubrir lo que estaba sucediendo y como podrían solucionarlo.

-Lo he intentado todo para arrancar una sonrisa a la gente pero me ha sido imposible, solo los bebés sonreían ante mis esfuerzos, son los únicos a  quienes la enfermedad que azota a nuestro pueblo no ha contaminado. Empezó comentando Alegría, quién había sufrido mucho viendo que sus esfuerzos eran inútiles.

-Yo ya no se que hacer. Hace tiempo que me siento inútil, ya nadie me necesita, ya nadie se acuerda de mi.- Confesó Amor.

-A mi me viene pasando tres cuartos de lo mismo, querido Amor, me siento ahora como un extranjero que hablo una lengua diferente, ya nadie me entiende.

-Así es querida Generosidad- intervino la reina- las cosas han cambiado. Hace mucho tiempo que nadie utiliza los dulces Benusinos. Nuestra magia ha desaparecido y ya nadie cree en ella.

            -¿Qué podemos hace?- se preguntaban unas a otras.

-Creo que deberíamos pedir ayuda- sentenció Felicidad.- Debemos pedírsela a mi madre. Hace muchos años que vive retirada en una pequeña aldea en los confines del país, está muy anciana pero ni siquiera yo puedo igualar su poder. Ella podrá ayudarnos. Hoy mismo saldré a buscarla.

Y así fue como la reina Felicidad decidió viajar hasta la aldea de su madre. Hacía tiempo que no la veía, prácticamente desde que su propia madre le cedió el trono después de reinar sabiamente durante muchos años. La madre de Felicidad fue la primera reina y fundadora del país de los Benusinos.

A medida que Felicidad se iba acercando a la lejana aldea donde vivía su madre sentía el inmenso poder que su madre desprendía. Aunque hacía varios años que vivía en tranquilidad con los vecinos de su aldea, todavía conservaba un gran poder, posiblemente era todavía el ser mas poderoso del mundo. Era capaz de mover montañas, de conseguir que cualquier persona que creyera en ella soportara en pie los dolores más terribles o el hambre más atroz. La gente que estaba a su alrededor no sentía miedo para nada y eran capaces de luchar por sus sueños hasta alcanzarlos, costara lo que costara. Se decía que ella nunca, por muy grande que fuera la desgracia, desaparecía. Todo el mundo la conocía como La Esperanza.

            Por fin se encontraron madre e hija. Fue un encuentro muy tierno debido al cariño inmenso que había entre las dos. Después de besarse y abrazarse un pequeño silencio se formó entre las dos. La causa era que Felicidad no sabía cómo empezar. Fue la propia Esperanza quién rompió ese silencio:

-Querida hija, creo que sé porque estás aquí, sabia hace mucho tiempo que este momento llegaría tarde o temprano.

-¡Oh! Madre, siento mucho tener que pedirte ayuda, pero no se qué podemos hacer.

-Hija mía, no debes preocuparte por nada. Cuando me retiré sabía que mi trabajo no había terminado. Todo esto no tiene nada que ver contigo. Bastante tiempo has soportado el peso de tu reino, defendiéndolo del mal, ahora ya sabes que el virus del mal es muy poderoso y a veces el hombre sucumbe a su poder. Solo necesitamos combatirlo con el tratamiento adecuado. Acompáñame y te explicaré el origen de todos estos problemas.

Felicidad atónita ante el conocimiento de su madre, la acompañó mientras proseguía su relato.

-Bien hija, nos enfrentamos a una de los peores enfermedades que existen para el hombre. Es una enfermedad muy antigua en nuestro mundo y me atrevería a decir que nos acompañará a lo largo de toda la historia.

El nombre de esta enfermedad es La Codicia, otros la laman Ambición  y es obra de uno de los más malignos duendes del país oscuro, El Egoísmo. Lo conozco muy bien y desde el inicio de los tiempos he tenido que enfrentarme a sus fechorías.

-¿Cómo podremos vencerle, madre?

-Hija ¿Crees en mi? ¿Crees que con mi ayuda podremos vencerle?

-Sí madre lo creo.

-Pues eso es suficiente, junto con algo más. Fue entonces cuando Esperanza abrió la puerta de una sala y le enseñó a su hija un montón de sacos apiñados.

-¿Qué es eso madre?

-Hija mía, ahí tienes el virus de la codicia.

 

La reina madre pasó varios días en la aldea haciendo preparativos. Movilizó a los fieles habitantes de su aldea para que se prepararan para emprender un largo viaje. Preparó un carro donde irían los sacos de caramelos impregnados con el virus de la codicia; también preparó otra serie de carros para que sus paisanos pudieran pasar varios días fuera. Se aprovisionó de instrumentos musicales y un sin fin de viandas y manjares.

Felicidad no acababa de entender lo que su madre pretendía.

-Madre ¿Se puede saber que es lo que tienes en la cabeza?

-Pronto lo sabrás, querida hija, ya pronto partiremos solo falta un detalle.

-¿Cuál madre?

-Debes buscar a tu prima Alegría y pedirle que nos acompañe en este largo viaje.

-Eso está hecho.

Fue así como La Esperanza y sus paisanos, acompañados de Felicidad y Alegría,  iniciaron su viaje.

Una gran caravana se puso en marcha. Parecía un circo de gira. Un montón de carros con todo lo necesario para montar un campamento y carretas llenas de gente viajaban en fila por los caminos.

Felicidad no dejaba de observar a los paisanos de la aldea de su madre durante el viaje. Las conversaciones eran constantes, pero nadie levantaba la voz más de la cuenta, solo las carcajadas rompían el agradable murmullo. Parecían miembros de una sola familia, todo el mundo trataba de entender a los demás poniéndose en su lugar.

Pero algo la llenaba de una gran inquietud, entre aquellas gentes viajaba un horrible carro, un carro cargado de sacos de caramelos mágicos, un carro cargado de mal. Decidió entonces compartir este sentimiento con su madre:

-Madre ¿Cómo traes los sacos con nosotros? ¿No tienes miedo de que la gente acabe infectándose?  

La Esperanza miró fijamente a su hija por un instante. La miraba como una madre mira a una hija pequeña de acaba de preguntar algo lleno de inocencia. Le dejó un sabor agridulce porque la inocencia es algo precioso, pero el que la ha perdido sabe que no dura demasiado y que una vez que se pierde nunca se recupera.

-Mi querida niña, voy a explicarte algo que tarde o temprano tendrías que

descubrir y creo que ahora es el mejor momento.- Hizo una pausa y prosiguió .- No tengas miedo ya no pueden caer enfermos.

-¿Porqué madre?

-Porque ya lo han estado hace muchos años.

Felicidad se quedó de piedra ante la revelación de su madre, que prosiguió su relato:

-Hace muchos años los antepasados de estas gentes pasaron por una plaga provocada por la codicia. Por ello ya conocen el efecto destructivo que esos sacos de caramelos representan. Antes no había sacos de caramelos, pero había otras cosas.

-No lo entiendo madre, volvió a decir preocupada Felicidad.

-Tu error hija mía se basa en que crees que la enfermedad parte de los sacos, y no es así. El ser humano lleva dentro de sí la posibilidad de sucumbir a esta enfermedad. Es imperfecto, hija mía, y muchos de ellos pueden caer enfermos de codicia y enfermedades si se dan las condiciones necesarias. Los sacos contienen el virus de la codicia, pero el ser humano es el que se abraza a él, es el que lo escoge como forma de vida. Hoy se llaman sacos de caramelos mágicos, mañana dinero y pasado quizás poder. Pero no te olvides de que es el ser humano quién escoge este camino en un momento dado.

Un gesto de tristeza y horror inunda la cara de Felicidad. Nunca se había imaginado algo tan terrible.

            La Esperanza, que estaba curtida en mil batallas y era muy sabia, en seguida se dio cuenta de la desesperación de su hija y procedió a tranquilizarla.

-Sé que es terrible lo que acabas de escuchar, pero tranquila mi niña, todo tiene solución. Solo tienes que mirar a las personas que nos rodean. Como verás están felizmente sanos. El secreto lo llevan dentro también los propios humanos. Así como llevan dentro la capacidad de equivocarse de camino, también llevan un increíble poder que les hace superar los obstáculos más increíbles. Sin esta capacidad tan grande tu magia o la mía no existirían.

Son ellos los que nos dan la vida, no nosotras a ellos. Por todo ello para curarlos tenemos que proporcionarles las condiciones adecuadas para que ese inmenso poder pueda provocar que nuestra magia salga a flote. Necesitamos hacerles comprender que la codicia está destruyendo su mundo y darle a cambio una alternativa más humana y feliz.

-¿Con eso será suficiente madre?

-¿Crees en mi hija?

-Si.

-Pues será suficiente.

Por fin la caravana de la Esperanza llegó a su primer destino. La primera aldea infectada.

            Entrar en aquel pueblo sumió en una gran tristeza a los componentes de la caravana.

            Mientras atravesaban una de sus calles iban observando los muros y vallas que rodeaban todas las casas. No había nadie en las calles. Los sonidos que se escuchaban desde las casas eran o gritos de trifulca o risas frías y tenebrosas que helaban el corazón.

            Decidió La Esperanza que la caravana se instalara junto al pueblo en un prado cercano para que sus vecinos pudieran observarles. A pesar del desolador panorama ningún componente de la caravana se acobardo sino todo lo contrario, prometieron hacer todo lo que fuera necesario para salvar a aquellas gentes.

Una vez instalados en el  prado todos rodearon a La Esperanza para recibir sus órdenes ya que nadie conocía a ciencia cierta que se proponía.

-Queridos compañeros y amigos un gran trabajo por hacer nos espera y aquí comienza. Debemos colocar todos los sacos en el centro del campamento, de tal manera que sean visibles para los vecinos de este pueblo que se acerquen a curiosear. Una vez  colocados en un sitio visible organizaremos la fiesta más grande, ruidosa y divertida en la que hayamos participado, tu querida Alegría te encargarás que así sea.

Se miraron por unos instantes unos a otros, pronto comprendieron la idea de La Esperanza. Cuando una persona era muy infeliz, la risa es una necesidad. Ellos iban a ofrecérsela.

            Mientras comenzaban los preparativos, algunos paisanos salieron de sus casas para curiosear sobre aquellas gentes que de repente habían invadido su infeliz vida. Vieron como trabajaban todos juntos. Como reían y disfrutaban de su propia compañía. Como todos parecían iguales unos a otros. Les llamó mucho la atención debido a los tiempos que corrían.

            Cayó la noche y comenzó la fiesta. Alegría se esmeró a fondo. Luz de grandes hogueras rodeadas por cristales de diferentes colores daba un ambiente mágico al lugar. En una gran parrilla se preparó una suculenta cena para todos compartiendo una sola pero larguísima mesa. La música no cesaba en ningún momento y la algarabía fue subiendo de tono a medida que el tiempo iba pasando. El fin de la cena dio lugar a bailes, juegos acrobáticos y malabares, trucos de magia, chistes e historias que se contaban en voz alta.

            La Esperanza vio como los vecinos del pueblo se fueron acercando poco a poco atraídos por el simpático jaleo que allí había.

            Se percató, también, de cómo muchos de ellos no le quitaban ojo de encima a los sacos apilados.

            Cuando vio que casi la totalidad de los habitantes se encontraban allí hizo una señal para que los músicos dejasen de tocar y para que cesaran los juegos y las algarabías.

            Se puso en pie y con una voz muy cálida y suave dijo:

-Por favor acérquense a compartir lo que aquí tenemos y disfruten de nuestra compañía.

Un silencio sepulcral se hizo en aquel lugar. Durante un rato nadie se movió ni nadie habló, hasta que uno de los vecinos que menos caramelos tenía en su saco dio un paso hacia delante y dijo:

-¿Nos ofreces que compartamos todo lo suyo, amable mujer? ¿Incluye también su oferta esos enormes sacos de caramelos?

-Si vecino, también se incluyen, pero no comprendo tu pregunta. Como ves a nosotros estos sacos no nos han aportado nada que no tuviéramos ya, en realidad no los necesitamos; disfrutamos como siempre sin ellos y desde luego podéis llevároslos todos porque no nos sirven de nada. Podéis cogerlos mientras nosotros seguimos con lo nuestro. ¡Que siga la música!

La fiesta siguió donde se había quedado. Al principio, los vecinos del pueblo se quedaron parados y poco a poco se fueron acercando a los sacos, cogiéndolos uno a uno desconfiadamente. Mientras se retiraban del lugar, con paso asustadizo y mirando atrás cada poco tiempo, La Esperanza les dijo:

-Mañana estaremos todavía aquí, si queréis podréis acompañarnos, venid sin miedo, y si os apetece traed vuestros sacos, pero tranquilos que nadie tratará de arrebatároslos.

La escucharon con mucha atención y luego todos volvieron pensativos a sus casas donde se quedarían dormidos escuchando a lo lejos la música y las risas de aquellas gentes tan simpáticas.

Al día siguiente los vecinos se fueron acercando a aquellas gentes que tan amablemente los habían tratado la noche anterior. Mientras los observaban sucedió algo que hacía tiempo que no pasaba en aquel pueblo: los vecinos comenzaron a hablarse entre ellos, todos con todos. El tema de conversación giraba en torno a  aquellas personas desconocidas y su modo tan raro de comportarse. Entre todos tomaron la decisión de pedirle ayuda a la anciana mujer que parecía ser la reina de aquel grupo de personas tan extrañas.

Se dirigieron al campamento y llegaron a donde la Esperanza les esperaba. Otra vez se hizo un gran silencio, que sólo los rompía el silbido de los pájaros. Era en aquel lugar del pueblo, el único sitio donde los pájaros habían vuelto a cantar. El hombre que había hablado la noche anterior volvió a ser el portavoz del pueblo:

 

-¡Hola! Amable mujer. Nuestro pueblo quiere pedirle consejo.

-Me llenáis de satisfacción con vuestras palabras. Prometo ayudaros en todo lo que pueda. Pero si realmente queréis mi ayuda dejad que sea quién empiece haciendo la primera pregunta, la cual debéis plantearos con total sinceridad.

La sorpresa invadió a los vecinos del pueblo por la petición de aquella mujer, aún así accedieron a escuchar la pregunta sin el menor problema. Hacía que se sintieran cómodos y seguros en sus manos. La Esperanza comenzó así a preguntar.

  • ¿Qué es exactamente lo que os gustaría conseguir? ¿Cuál es vuestro sueño?

Se miraron unos a otros, un murmullo recorrió las bocas de los vecinos. Pronto se pusieron de acuerdo y el portavoz contestó:

-Nuestro sueño es poder vivir de forma similar a la vuestra, vivir todos en armonía de tal forma que los buenos sentimientos prevalezcan sobre los malos; en un lugar donde podamos vivir en paz y donde no nos domine la codicia; en un mundo donde sepamos que la vida que le dejemos a nuestros hijos será tranquila, pacífica y feliz. No queremos vivir con el miedo de saber que les estamos construyendo un mundo lleno de dolor, sufrimiento y de encarnizada competencia para nuestros hijos. Nos gustaría construir un lugar donde no haya sitio para la violencia, el odio, la venganza y el rencor, un lugar donde no sea una diferencia ser más tonto, más débil o más feo. Un lugar donde todos nos sintamos como miembros de una familia y que no haya nadie que reciba menos aprecio porque tenga limitaciones.

Cuando el orador acabó su exposición todos miraron fijamente a La Esperanza. Esta dejó que un silencio, que ni los pájaros se atrevieron a romper, inundara durante un rato el lugar. Esta era la señal de que su gran poder y su magia estaban a punto de comenzar.

-¡Cerrad los ojos! Ahora prestad mucha atención porque os voy a dar la respuesta a vuestros ruegos, pero debéis estar muy atentos a mis palabras y a vuestro corazón. Os haré preguntas que no debéis responderme a mi, sino a vosotros mismos. Hablaré muy despacio por lo que tendréis tiempo entre pregunta y pregunta para encontrar vuestras respuestas. Una vez que hayáis encontrado la respuesta a mis palabras podréis volver a abrir los ojos, pero no podréis comentar entre vosotros lo que habéis descubierto, luego tendréis mucho tiempo para demostrarlo.- A medida que la Esperanza les decía esto, iba bajando el tono y la velocidad de su voz, la cual se hacía más cálida y pausada. Consiguió que sus oyentes se sintieran muy tranquilos y relajados. Sin duda confiaban en aquella anciana. Antes de proseguir, dejó que el silencio volviera a reinar en el lugar, pero esta vez lo rompieron los pájaros que empezaron a cantar suavemente, una ligera brisa cálida se levantó envolviendo a los habitantes del pueblo provocándoles así una sensación de agradable bienestar y la luz del sol se hizo mucho más clara y brillante, que, aunque no podían verla con los ojos cerrados, si podían sentirla con el corazón. Su magia había comenzado. Así recuperó la palabra muy despacio:

-Seguid con los ojos cerrados .Imaginad que ahora se ha producido un milagro. El milagro consiste en que ya estáis en el mundo que perseguís pero se da la circunstancia de que ignoráis este hecho. Una vez que abráis los ojos notaréis que algo ha cambiado, entonces ¿qué hechos o pequeños detalles os irán indicando que el milagro efectivamente ha sucedido?- La Esperanza dejó un largo silencio antes de proseguir.

-Por lo que veis no hay mucha diferencia con otros momentos de vuestra vida. Ha habido varios momentos de vuestra vida que pertenecían a este mundo soñado. Cuando reíais juntos, cuando veíais a vuestros hijos criarse y divertirse juntos, cuando compartíais vuestras alegrías y vuestros esfuerzos ¿Cómo habíais hecho vosotros para alcanzar esos momentos soñados? ¿Cómo habíais sido capaces de lograrlo?- era el momento de otro silencio.

-Si ahora abrierais los ojos y os encontrarais ya en ese mundo de ensueño, ¿cómo creéis que os mirarían, os hablarían y os escucharían los habitantes de ese mundo?¿Cómo vosotros les hablaríais, miraríais y como les escucharíais?

– Queridos vecinos, aquí tenéis todo lo que necesitáis para alcanzar esa vida que tanto echáis de menos. Una vez ya la tuvisteis, lo cual indica que tenéis las herramientas para volver a conseguirlo. Ahora id a vuestras casas, pensad en silencio en todo esto y por la noche venid todos a compartir nuestra cena. Ya podéis abrir los ojos.

Los vecinos hicieron caso a la anciana que les había hablado. Felicidad no había perdido detalle de lo que allí había pasado. Se fijó en como todos volvían a sus casas, todos iban meditabundos y vio algo que le llamó la atención, casi todos sonreían ¿habrá llegado el poder de la  Esperanza a sus corazones? Pensó.

Las horas de espera hasta el momento de la cena fueron tensas en el campamento. Nadie sabía a ciencia cierta si habían dado resultado los esfuerzos realizados. Nadie había vuelto a ver a ningún vecino, no había señales de lo que estaba pasando hasta que una única figura se acercó lentamente. Era la persona que se había erguido como portavoz el cual traía noticias. Fue recibido con la atención y la impaciencia de todo el campamento.

 

-Vengo a hacerles una petición – dijo en voz alta- debo pedirles que abandonen los preparativos de esa cena porque no vendremos, y les suplico que me perdonen y me acompañen.

La preocupación invadió a todos y más a medida que lo seguían. Iban atravesando las calles desiertas y silenciosas del pueblo detrás del portavoz, ni un alma ni un ruido hacían acto de presencia en las calles. Parecía un pueblo maldito, un pueblo todavía más fantasmal que el que conocieron cuando llegaron. Al torcer una esquina entraron en una calle estrecha y empezaron los ruidos. A medida que recorrían la calle un ruido cada vez más alto llegaba a sus oídos. Al principio era un murmullo pero a medida que avanzaban se fue transformando en algarabía y casi al final de la calle el ruido era ensordecedor. Cuando llegaron al final de la calle esta desembocó en una gran plaza y entonces descubrieron lo que allí pasaba. Allí se encontraba todo el pueblo, las casas que rodeaban la plaza tenían sus balcones adornados con flores y cintas de todos los colores. Unas grandes brasas asaban corderos, faisanes y jabalíes y grandes barriles de vino ocupaban un lado de la plaza que era rectangular. El ruido no era más que la algarabía de todo un pueblo que hacía tiempo que no se reían y que ahora daban rienda suelta a toda esa risa contenida con gran estruendo. Una gran pila de leña presidía el centro de la plaza. Fue entonces como entre gritos de alegría y carcajadas se les dio una explicación a los aturdidos visitantes.

Fue así como entendieron que aquella era la plaza donde antiguamente se celebraban las fiestas en el pueblo y cómo habían decidido recuperar esa tradición. Pero no fue lo único que recuperaron, sino que gracias a la Esperanza recuperaron también las ganas de reír, de saltar, de tener amigos, de ser felices, de amar. Por todo ello solicitaron a la Esperanza que les permitiera que fueran ellos quienes dieran esa fiesta, la cual accedió encantadísima, pero no fue la única petición ya que también le rogaron que hiciera el honor de encender aquella hoguera. Era una hoguera especial, era la hoguera donde se había decidido que aquella noche acabaría los sacos de caramelos. A sus llamas las bautizaron como las llamas de la Esperanza y nunca permitieron que se apagaran completamente.

Dos días y dos noches duró aquella celebración. A partir de aquí corrió el rumor de que el hada más poderosa del mundo tenía la solución a la enfermedad que azotaba el país y en todos los pueblos a los que iba con su caravana la gente la esperaba impaciente.

Fue así como se erradicó el mal de la codicia en el país de los Benusinos. La codicia es un mal muy peligroso que con suma facilidad inunda el corazón de los humanos, a los cuales transforma y es capaz de convertir en seres fieros y despiadados. Consigue anular los más bellos sentimientos como pueden ser la bondad, la caridad, la gratitud, el perdón y la humildad y potenciando otro como la mala envidia, el rencor, el odio.

Todo ello provoca que el hombre que se vuelve codicioso pierda su humanidad y se vaya transformando cada vez más en una fiera, pero no es una fiera cualquiera sino en una fiera salvaje sin escrúpulos. Es muy contagiosa e incluso es capaz de transformar el mundo en el que vivimos acabando con los árboles, las selvas, con especies animales y un sinfín de belleza que puebla nuestro mundo. Prueba de ello es que en el país de los Benusinos ya nunca dejaron de existir las cerraduras.

 

 

JAVIER DEZAGOIRE LIMERES

 

 

 

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